El periodismo ecuatoriano se quedó sin el niño grande, el periodista que miraba directamente a los ojos para conocer el alma de las personas y no se fiaba del mañana. Se fue Bernard como gustaba sencillamente que lo llamen.
Bernard Víctor Fougères Juliot murió a sus 84 años, la noche del sábado 5 de mayo del 2018, en la Clínica Alcívar, en Guayaquil, donde convalecía de una segunda operación, tras una primera realizada en el Hospital de Solca de Guayaquil. Bernard nació en Francia, en 1934, en mayo de 1965 viajó a Ecuador para dirigir la Alianza Francesa.
Turquía y Nicaragua, fueron sus opciones para vivir, pero con el tiempo se enamoró de Guayaquil, más al conocer a Evelina Cucalón, su segunda esposa, con quien formó un hogar frente al manso Guayas.
En sus momentos libres gustaba de leer filosofía, escribir poemas y por supuesto tocar su piano con el que expresó sus sentimientos a sus amigos. Interpretó melodías como Ne me quitte pas, de Jacques Brel, quizá recordando a su esposa Evelina, quien murió de leucemia en el 2006.
Sol, una de sus hijas mayores contó a Diario El Comercio que él les enseñó a valorar los detalles que una persona hace por otra cuando el motor es el amor. “Las flores en el desayuno, tocarnos el piano para ir a la escuela, hacer nuestros desayunos los domingos, caminando por todas partes con una bandeja -a él le encantaba cocinar-; jugar con los nietos, romper los lápices de labio de mi mami para dejarle mensajes de amor en el espejo de la habitación, cada día uno diferente”.
Quien visitaba la casa de Bernard salía maravillado por tantas historias que conservaba como sus preciados tesoros. Desde una colección de los mejores vinos del mundo hasta fotografías con celebridades internacionales, con las que mantenía comunicación a partir de las entrevistas que realizaba, una de ellas fue la conocida cantante Xuxa, a la que consideraba una persona muy sensible. También tiene fotografías con el cantante español Miguel Bosé, quien es reacio a atender a la prensa, sin embargo, Bernard logró hablar con él desde temas personales hasta temas filosóficos, pues era gran conversador y su estilo convencía a los entrevistados, quienes terminaban confesándose con él.
Fue columnista de Diario El Universo durante 21 años, en sus columnas de opinión siempre hablaba de la existencia humana, la vida, la poesía, el amor, la muerte, entre otros temas que fueron su pasión. En 1967 ingresó a Ecuavisa para conducir el programa “El show de Bernard”, el mismo que estuvo al aire durante tres décadas. Allí, Bernard obtuvo un gran reconocimiento a nivel nacional y también logró el cariño de las personas que lo veían a la hora del almuerzo. En este programa lo acompañó su amiga Mafalda – personaje creado por Quino-, tocaba el piano y conversaba con sus invitados sobre temas que enganchaban a la audiencia. Según críticos de la televisión ecuatoriana, hasta el momento no ha existido otro programa como el de Bernard.
Amaba la música desde pequeño pero también por la influencia de su esposa, quien fue primera soprano y por doce años dirigió la Junta Directiva de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, y creó la Fundación Sinfónica de Guayaquil. Esto lo impulsó a dar un concierto en el volcán Cotopaxi. Bernard también fue un hombre de riesgos y contaba sus anécdotas con gran entusiasmo, decía que eran sus imprudencias, una de ellas saltar 11 veces junto a paracaidistas de la FAE.
Nunca se hizo problemas con temas de salud, siempre afrontaba sus enfermedades, recuerda Sol, quien comentó a El Comercio, que su padre tuvo alrededor de 17 operaciones, entre ellas se registran cirugías a su corazón, estómago y carótida.
En el 2011 tuvo un espacio en EcuadorTV, con su programa “Bernard en la noche”, en donde entrevistó a artistas y a políticos. El escultor guayaquileño, Tony Balseca recuerda que a Bernard le gustaban estos espacios de entrevistas pues le permitía conocer a la gente y les comentó del proyecto al pintor Servio Zapata y a él, pues iban a ser los primeros entrevistados. “Era un gran anfitrión, estaba feliz y para contarnos de sus planes, nos invitó a su casa, nos brindó quesos maduros, carnes ahumadas, él tenía el ritual dionisíaco, me refiero a que nos ofreció sus mejores vinos, con la explicación de cada uno de ellos. Tuvimos el gusto de escucharlo interpretar La Bohemia, Amsterdam, La vida en rosa…” Estas melodías son fuertes, pero según Balseca “viendo sus ojos, eso era felicidad para él y allí entendí que él hizo de la vida un arte”.
Zapata sobre este encuentro comenta que Bernard no tenía miedo a la muerte y vivía intensamente. “Cuando me fui a San José, una comuna en Montañita, él me visitó, fue a ver mis cuadros y se ofreció a traerme a Guayaquil. En la recta que va de Olón a Montañita aceleró a 140 en su automóvil, un Mazda 3, manejaba muy veloz como un adolescente y allí me dijo que no le importaba la muerte y creo que pensando así, fue que vivió tanto y de buena manera”.
Bernard era inquieto en su vida y en el periodismo, no solo entrevistó a estrellas de la televisión y del cine internacional, también conoció alrededor de 20 presidentes, con los que también mantenía comunicación. Además fue crítico culinario, visitó varios restaurantes de Guayaquil y Quito para escribir atractivas crónicas que fueron publicadas en La Revista del diario El Universo con el seudónimo Epicuro. En uno de sus últimos artículos indicó: “Hay un límite en todo, es preciso a veces poner un final a una de nuestras actividades. Epicuro tiene un problema de salud algo serio que le impide físicamente seguir visitando restaurantes y criticarlos”.
La noche de su muerte todos quienes lo conocieron, sintieron su partida. El presidente de la República, Lenin Moreno, en su cuenta de twitter se refirió a su fallecimiento y dijo que Bernard fue un intelectual y artista franco-ecuatoriano que amo nuestro país… “Nos harán falta su buena televisión y filosofía de vida…”
El cuerpo de Bernard fue cremado en Guayaquil como fue su voluntad expresada en un artículo de opinión publicado en El Universo, el 30 de noviembre de 2017. «Por más que me conmueva el poema de César Vallejo, no deseo fallecer en la Ciudad Luz (París) sino en Guayaquil, donde estoy viviendo por más de cincuenta y dos años. Cremarán mis restos, me iré esfumando sin tanta alharaca. Tomé hace mucho tiempo conciencia de mi condición mortal, del insignificante rasguño que puedo dejar en el mapa».
Sus cenizas fueron depositadas junto a su esposa en el mausoleo 159 de la puerta 2 del Cementerio Patrimonial.