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De la guerra mediática a la batalla en las calles en Venezuela

Mar 17, 2014 | Informes


La crisis de Venezuela en 1 minuto, recuento de la BBC /Publicado hoy por diario El Nacional

Los regímenes de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro se han encargado de actualizar la relación entre militarismo, propaganda de Estado y represión social. Un coctel que no es original y que ha sido aplicado en otros tiempos y lugares. Usar la comunicación con ánimo de apuntalar una guerra para defender lo que sea,  contribuye a que las relaciones sociales se vayan  fracturando a través de la confrontación violenta, el miedo, y la imposibilidad de manifestar de forma democrática opiniones diversas.

Que las imágenes que nos llegan desde Venezuela, durante este febrero y marzo de 2014, nos recuerden a un campo de batalla no es casual, pues se trata de una repulsa colectiva a formas de agresión que son reforzadas por la propaganda de Estado. Asimismo, lo que para estas fechas ocurre en Ucrania y Turquía  da cuenta de formas de protestar y testimoniar con tecnologías móviles, que usan referencias similares, un lenguaje que apela a poderosos elementos de la cultura popular global, que trasciende fronteras y comparte reclamos y afectividades. En este contexto los videos y las fotografías han devenido en formas de narración colectiva de los hechos en términos de inmediatez visual y emocional. Esto nos lleva a reconsideraciones acerca del lugar de las imágenes al momento de documentar situaciones políticas conflictivas.

A continuación algunas anotaciones respecto a las formas en las que la guerra oficial mediatizada está siendo respondida por los ciudadanos comunes en Venezuela y otras partes del mundo.

La guerra propagandística

En la guerra no se conocen términos medios. Hay bandos en conflicto que se organizan entre “aliados” y “enemigos”, siendo los primeros los que monopolizan la comunicación, al punto de quererles aplicar a los demás sus verdades tal si se tratara de un medicamento para curar el pensamiento divergente, que equivaldría a una enfermedad ideológica. A este nivel resulta emblemático el clásico “modelo de la aguja hipodérmica” del estudioso de la propaganda Harold Lasswell, que se resume en las preguntas ¿quién dice qué?, ¿a quién?, ¿a través de qué canal?, ¿con qué efecto? En la guerra propagandística siempre se trata de conseguir un efecto, un “impacto”,  produciendo y circulando mensajes como si fueran proyectiles dirigidos a la conciencia colectiva. Claro está que la “aguja” de Lasswell en los hechos ha abarcado elementos que comunican represión en las calles: garrotes de goma, bombas lacrimógenas, y unidades antimotines.

Hay quien pudiera decir que mi interpretación de la guerra es dicotómica, en blanco y negro. Mis observaciones vienen  desde el análisis de la comunicación. En otras palabras, me enfoco en lo que se dice, cómo se lo dice y aparece en los medios masivos y las redes sociales. Sería ingenuo negar que las relaciones de poder tengan matices y dinámicas complejas. Se sabe que dentro de las filas chavistas hay facciones distintas o que en los grupos opositores al régimen de Nicolás Maduro hay desencuentros y liderazgos en conflicto.  Sin embargo, la guerra propagandística oficial ha terminado por llevar las cosas a niveles extremos de maniqueísmo y emocionalidad. Y ese fenómeno limita la posibilidad de un debate  pacífico, en términos democráticos, que a la final pudiera serle de mayor utilidad a la sociedad venezolana. Pero al momento eso no es posible debido a la agresión mediatizada y la represión policial.

En la turba la diversidad de opiniones termina por naufragar, los matices en la argumentación desaparecen, tal como desaparecen las individualidades cuando se ve un ejército avanzar como un bloque compacto.

Cuando se diseñan campañas de propaganda el objetivo fundamental es persuadir, conseguir un determinado efecto, apelando a la manipulación y a mensajes repetitivos. Es un lugar común, pero uno muy útil, decir que nadie posee la verdad absoluta. Por tanto, se requieren espacios de discusión democrática  para tratar de hallar soluciones que nos permitan resolver los problemas del presente y las incertidumbres del futuro. Aquí el tema de la libertad de expresión es un factor básico, pues contribuye a dinamizar ese debate que toda sociedad requiere. No obstante, a menudo un gran énfasis en la propaganda de Estado es síntoma de una reducción de los ámbitos en que los distintos grupos que integran la sociedad puedan decir sus propias versiones.

De acuerdo al diccionario Oxford, propaganda significa “Información, especialmente parcializada y engañosa, usada para promover una causa política y un punto de vista” .  Determinar si hay engaño y en qué consiste depende de la posición que uno ocupe y cómo mire las cosas. Si una camarilla disfruta de los beneficios del poder y no lo quiere dejar es posible que defienda la propaganda oficial como si fuera la palabra de Dios,  mientras que manifestantes en las calles, desde sus improvisadas trincheras, podrían reclamar por qué esa propaganda esconde ciertos asuntos.  De eso se trata el debate democrático, de confrontar tesis oficiales con la perspectiva de otros sectores de la sociedad, de modo que la defensa a ultranza o la denuncia de la propaganda no sea la prioridad, sino la búsqueda de consensos a través de la confrontación de tesis. Lo sucedido en Ucrania puede ilustrar el problema de que se limite la discusión en la esfera pública. Víktor Yanukóvich, el depuesto presidente de Ucrania, en sus mensajes oficiales llamaba a la austeridad en tanto que en su vida privada gozaba de los lujos de un millonario a costa de dineros públicos. Las imágenes que ahora circulan de los ricos aposentos de Yanukóvich contrarrestan lo que en su momento fue la propaganda de su gobierno.

Es obvio que si la comunicación se concibe como encuentro entre bandos opuestos, dentro de una concepción bélica, mis ‘enemigos’ no querrán aceptar mi opinión convertida en la Verdad y, por tanto, habrá que engañarlos, como se engaña a un oponente en un juego de ajedrez: mediante una estrategia lo convenzo de un falso objetivo para confundirlo y derrotarlo. Ya lo dice Sun Tzu con aplastante concisión: “el arte de la guerra es el arte del engaño”. Una de las formas de fraguar un engaño es ocultar información a la sociedad para que esta se incline por las perspectivas oficiales. Una estrategia así es la que ha puesto en marcha el gobierno de Nicolás Maduro.  En estos días la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) le ha hecho saber a todos los proveedores de internet en Venezuela que sin demoras deben bloquear el acceso a páginas  web que ofrezcan contenido que contradiga los mensajes gubernamentales.

La guerra urbana mediatizada

El engaño puede subsistir, a través de costosos estudios de opinión pública, la contratación de estrategas con afiebradas y estresadas mentes que consumen su tiempo para saber cómo ensuciar la honra ajena y desprestigiar a los opositores, y millonaria publicidad. Sin embargo, en esta época el escrutinio ciudadano se ha intensificado gracias a la posibilidad de registrar y hacer públicos sucesos que tratan de ser filtrados por la censura oficial. Para extender las metáforas bélicas, se puede decir que la maquinaria de guerra mediática estatal termina por alentar a un oponente equivalente a una guerrilla urbana mediatizada, que cada vez que puede se encarga de desenmascarar ocultamientos. Eso, por ejemplo, es lo que sucedió con el caso deMarvina Jiménez Márquez, quien durante las protestas de finales de febrero de 2014 fue  brutalmente golpeada  por una miembro de la Guardia Nacional Bolivariana (el video se puede ver aquí), suceso que fue grabado y hecho público en Internet, al tiempo que fue acusada por las autoridades por el delito de agredir a tres funcionarios públicos. Lo que no entiende un poder autoritario, como el que ahora rige Venezuela, es que a pesar de la represión y el ánimo de crear un consenso a fuerza del garrote y el miedo, la sociedad se las arregla para decir lo suyo aunque sea eludiendo bombas lacrimógenas y balas perdidas.

La guerra mediática que fue a dar en la vida cotidiana de los venezolanos ha producido un sinnúmero de imágenes que parecieran venir de un diálogo directo con películas que aluden a conflictos bélicos y futuros apocalípticos. Esto no debería sorprender en la medida en la que mensajes producidos de forma comercial son apropiados y re-significados en distintas sociedades y culturas, un fenómeno que ha sido estudiado en Latinoamérica por académicos como Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero.

Entre las referidas imágenes hay dos secuencias emblemáticas. La primera tiene que ver con la caravana que organizó en febrero de 2014 el Gremio de Motociclistas Venezolanos para respaldar al presidente Nicolás Maduro (para ver estas imágenes haz clic aquí). A manera de interpretación se puede descomponer ese mensaje en varios elementos, que quizás fueron tomados en cuenta por quienes diseñaron mediáticamente dicha manifestación de apoyo. Por una parte está la referencia a la motocicleta como instrumento de poder, autonomía y dominación masculinos, al estilo de las películas ‘Easy Rider’ (1969), ‘Mad Max’ (1979) o ‘Terminator 2’ (1991); un ícono que resuena en lacultura machista latinoamericana y los roles de poder que promueve. El uso de tal referencia cultural no es nueva dentro de la propaganda bolivariana: Una motocicleta, manejada por el coronel Chávez con la destreza con la que se doma una yegua, fue utilizada en algunas de las imágenes publicitarias de la campaña presidencial de 2013. Si bien los motociclistas que participaron en la caravana llevaban globos y banderas blancas para manifestar una actitud pacifista, tal gesto puede considerarse como una suerte de cosmético para suavizar el lúgubre significado que la motocicleta ha adquirido en la última década en Venezuela y que opera como advertencia para las opositores, pues es el vehículo favorito de los delincuentes para cometer robos y asesinatos. Al respectose pueden leer aquí las declaraciones del alcalde del municipio Los Salias de Miranda, cercano a Caracas, quien a pesar de su adscripción chavista reconoce que las motocicletas son usadas a menudo por los criminales.

La segunda secuencia proviene de los dramáticas acciones emprendidas por el general retirado Ángel Vivas, quien decidió atrincherarse en su casa después de que el presidente Maduro ordenara su detención acusándolo de incitar formas de protesta violenta en contra del gobierno venezolano.  En un momento, Vivas se valió de una megáfono para amplificarse cuando exclamaba “Derecho a la legítima defensa”,  como en un acto para permitirse a sí mismo un medio de comunicación improvisado para alzar la voz. En otro momento Vivas se apostó con una ametralladora en los altos de su casa, tal si fuera un soldado listo para defender un territorio de un ejército invasor (aquí se puede ver a Vivas arengando a sus vecinos). Lo ocurrido con Vivas repite el fenómeno del opositor o crítico de un régimen despótico convertido en “enemigo”, acosado, arrinconado y obligado a tomar acción de formas desesperadas. Es que la lógica de la guerra mediáticatransforma a individuos y grupos en combatientes, pues no admite la pluralidad periodística, el debate informado, peor aún la crítica.  Y la realidad comienza a ser narrada por sus protagonistas en base a un improvisado libreto que toma la imaginería del cine para comunicar: la efigie de Vivas con su ametralladora enfrentando solo la arremetida de los invasores recuerda a películas como Braveheart (1995) y la saga de filmes sobre Rambo.

A manera de conclusiones:

  • La propaganda es una manifestación de violencia mediática propia de regímenes con una predisposición al abuso del poder, que en un momento pudieran devenir en dictaduras, tal y como sucede en el caso venezolano.
  • La propaganda llevada al extremo se corresponde con  sociedades en las que, entre otros factores, el sistema de justicia ha perdido su autonomía y se utiliza para perseguir a quienes se consideran opositores, hay el ánimo por implantar a como dé lugar la verdad oficial limitando la libertad de expresión, y se estimula al nivel oficial la polarización social entre los aliados y los enemigos de un proyecto político.
  • Cuando impera la propaganda y su lógica de guerra se auspician métodos violentos para resolver los problemas y se legitiman las conductas agresivas. Si bien la violencia mediática no es la única causa una sociedad violenta, es un elemento sintomático de una. No es casualidad que Venezuela esté en la lista de los cinco países más violentos del mundo, de acuerdo a estudios del Observatorio Venezolano de Violencia, cuyas cifras han sido cuestionadas por el régimen de Nicolás Maduro. Una conducta que ha sido vista por sectores de la sociedad civil como un ánimo poco transparente que viene de años atrás y que fuera iniciada por Hugo Chávez.
  • Quienes enfatizan la negación de ciertas realidades a través de la propagandaquieren explicar y resolver todo en las pantallas: En enero de 2014, Maduro sostuvo que una de las principales causas de la violencia en Venezuela se debía a las telenovelas, los videojuegos y la película Spider-Man.

Por Christian Oquendo

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