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¿Educación revolucionaria para crear audiencias críticas?

May 9, 2014 | Informes

La Revolución del Siglo XXI tiene a la esfera mediática como su campo de batalla privilegiado. Desde esa perspectiva, el énfasis en la propaganda  y el monólogo requieren que los sentidos de los mensajes oficiales sean recibidos con la menor distorsión posible.Es preciso educar a la población para que recepte los mensajes revolucionarios como es debido, sin “ruido”, y eso implica una pedagogía social (una más de otras tantas que hemos visto en estos años). Quizás por eso en la cadena sabatina número 372 del sábado 3 de mayo de 2014,  el Presidente de la República manifestó que: “Estamos preparando toda una campaña para que la gente sepa estrategias para defenderse de la manipulación de la prensa”.

Esta iniciativa me hace pensar en la larga tradición de los estudios de la comunicación en América Latina que ha analizado de forma crítica el aparataje que permite la producción y circulación de mensajes hegemónicos, es decir que apuntalan la dominación de una élite. Allá por 1972 Armand Mattelart y Ariel Dorfman publicaron ‘Para leer al Pato Donald’. Este texto, inspirado en el análisis marxista de la cultura popular, consistió en un enfoque que pretendía evidenciar la forma en que los comics de Disney reflejaban y justificaban la desigualdad social, el racismo y las agresiones que acarrea la acumulación capitalista. La obra de estos dos autores, que en ese momento fueron cercanos el régimen de Salvador Allende, es un punto de referencia ineludible si se quiere examinar la historia de cómo decodificar los mensajes que perpetúan la dominación.

Es extensa la lista de intelectuales que han propuesto una comunicación más horizontal, en términos de diálogo, que eluda los atropellos de la sumisión de raigambre colonial y neo-colonial. En esa hoja de papel no deberían faltar personajes que fungían de investigadores y activistas cercanos al común de la gente, experiencias a través de las cuales pudieron desarrollar sus tesis: Paulo Freire, Juan Díaz Bordenave y Mario Kaplún, para dar algunos nombres imprescindibles. La pregunta aquí es si sus argumentos son coherentes con la aspiración del Presidente.

La revolución ecuatoriana se ha especializado en inyectarle a sus discursos mediáticos ideas extraídas de investigaciones académicas, en especial de la esfera de las ciencias sociales. El pensamiento crítico elaborado durante décadas por intelectuales de izquierda ahora forma parte de las alocuciones de funcionarios públicos y de la propaganda oficial. En principio no hay nada de sorprendente o irregular en este procedimiento, pues cada quién es libre de consultar los libros que le parezcan. Que el autor citado esté de acuerdo con la revolución ecuatorial y que se piense que el Socialismo del Siglo XXI es el representante intelectual de la izquierda en todas sus gamas, son cosas distintas. Dada la forma en la que el oficialismo toma decisiones, también es pertinente preguntarse si es que se está usando un análisis crítico y progresista, que en principio suena coherente, para  implementar soluciones regresivas que terminarán por restringir las libertades ciudadanas.

Esto da para sospechar que las intenciones del Presidente realmente estén enfiladas a apuntalar unas comunicaciones de ida y vuelta, más democráticas, para darles un nombre constructivo. Vivimos un estado de propaganda machacona en la que los “enlaces ciudadanos” podrían considerarse como el ‘buque insignia’ de una ofensiva discursiva que pretende cerrar los significados de todo lo que se dice sobre el Gobierno. Las alocuciones sabatinas del Presidente de diálogo horizontal tienen poco y se parecen más a la dinámica de un programa televisado de concursos en que al presentador se le celebran sus ocurrencias, apenas el productor del show muestra el letrero que dice “aplausos”.

Entonces, despierta suspicacia el interés del Presidente de que se inicie una campaña para que la gente aprenda a discernir, para evitar que la prensa le manipule. Lo problemático para los funcionarios gubernamentales a los que les corresponda poner en marcha tal campaña, será cerciorarse que las metodologías de tal capacitación masivano sean utilizadas para desentrañar la manipulación del aparato de propaganda oficial. Para el propósito quizás tengan que incurrir en la triste y paradójica tarea de enseñarle a la gente cómo decodificar activamente los mensajes hegemónicos de la prensa de una forma impositiva, que no admita salirse del libreto de los ‘pedagogos’ oficiales que han llenado con sus mensajes las pantallas, grandes y chicas, de esta nación.

Estas preocupaciones patentizan una situación en la que el Gobierno quiere decir hasta la última palabra en términos de la comunicación y cómo se supone que la gente debe reaccionar respecto de un mensaje. El resultado dista mucho de lo que gente como Freire o Kaplún anhelaban, de hecho es lo contrario, es el imperio del monólogo autocomplaciente que se emite desde un púlpito sagrado, frente a un auditorio al que se le ha educado para entender a pie juntillas el sentido cristalino del mensaje de los estrategas de propaganda oficial.

 Por Christian Oquendo

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