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Las marchas y contramarchas del #17S y los bandos mediáticos

Sep 18, 2014 | Informes

La tarde y noche del jueves 17 de septiembre de 2014 el centro histórico de la ciudad de Quito se convirtió en el escenario de dos manifestaciones políticas de distinto cuño. Una organizada por diversas organizaciones sindicales, movimientos de la sociedad civil, grupos ambientalistas, indígenas y jubilados. En principio las demandas de esta facción estaban articuladas alrededor de varias críticas respecto del nuevo proyecto del código del trabajo. Sin embargo, su plataforma de movilización era mucho más extensa y encapsulaba una agenda crítica respecto de las acciones del Gobierno. Por otro lado, la manifestación gubernamental fue denominada de manera oficial como “contramarcha”, una que se suma a la colección de concentraciones para respaldar al Presidente de la República en su larga cruzada por dejar las “estructuras del pasado” atrás. Esa contramarcha también pasó a formar parte de la lista de sospechosas muestras de apoyo, que parecieran motivadas por refrigerios y viáticos antes que por programas ideológicos.

Desde el punto de vista del análisis de la comunicación estos eventos tuvieron su reflejo mediático.  El primer aspecto a tomarse en cuenta es la forma en la que se delinearon los bandos, se diferenciaron entre sí. Desde hace rato el país ya está experimentando un escenario de polarización política, que ha sido exacerbado por la lógica de la propaganda bélica a la que hemos sido sometidos en los últimos años. Para comunicar a un nivel óptimo las guerras mediáticas es preferible poner las cosas en blanco y negro, presentarlas en tono épico tal si el problema fuese entre los salvadores y “los enemigos de la patria”. Tal vez es por eso que Fernando Alvarado, secretario de nacional de comunicación, haya subrayado con sorna el hecho de que en apariencia no  existió coherencia ideológica entre quienes protestaron en contra del Gobierno.

Las cosas han llegado al punto en el que están porque paradójicamente el gobierno más mediatizado de la historia nacional, es también el que ha sido más renuente al diálogo con sus críticos. En consecuencia, a los grupos de la sociedad que se han distanciado de los ímpetus oficiales, no les ha quedado otra alternativa que salir a las calles, pues parece ser que todavía en estos tiempos de tabletas inteligentes, wi-fi e Internet de las cosas, el poder no entiende otro lenguaje.

Las marchas, al mejor estilo del pasado, se estructuran en una suerte de libretos. ¿A qué me refiero? Segundo Moreno Yánez, distinguido antropólogo especializado en temas religiosos, alguna vez me explicó las protestas callejeras en la capital seguían un orden tal y como lo tiene un ritual. Estas manifestaciones son el equivalente a obras de teatro colectivas en las que hay protagonistas y antagonistas, y que sirven para comunicar mensajes que han sido delineados en el pasado. Lo que sucedió el 17 de septiembre siguió una secuencia previsible. Los sectores de oposición se reunieron en el emblemático Parque del arbolito, un espacio para quienes se han opuesto tradicionalmente al poder oficial, para luego avanzar hacia el centro histórico con el objetivo de tomarse la Plaza de la independencia,   núcleo simbólico del poder nacional. Queda claro que ese lugar es, a fin de cuentas, el objetivo a conquistar en una pugna en la que se enfrentan las muchedumbres de un bando u otro. Esas razones explican que allí se hayan atrincherado los gobiernistas para disfrutar de una celebración, mientras los accesos a la plaza estaban bloqueados por la policía antimotines.

A manera de apunte interpretativo es ineludible mencionar las similitudes que tienen estos actos de protesta política con la toma de plazas, por parte de distintas comunidades indígenas, durante junio en los Andes. Ahí esta como ejemplo contemporáneo lo que sucede en la plaza de Cotacachi, espacio históricamente asociado al poder blanco y terrateniente, a donde bajan grupos de hombres de las distintas comunidades aledañas para disputarse el control de ese sitio. Los antecedentes de esas prácticas incluso se pueden remontar al incario y el enfrentamiento ritual entre los segmentos masculino y femenino del cosmos: hanan y urin.

Aparte de las clarificaciones antropológicas del autor de este artículo, que bien pueden no interesarle a los activistas dados a la acción antes que a las digresiones interpretativas, la tarde y noche del 17 de septiembre también se puso evidencia la importante función que ocupan las redes sociales para convocar y articular a la sociedad civil. Y aquí es donde los antiguos patrones culturales andinos se encuentran con la modernidad. Las redes sociales fueron utilizadas como canal para reactivar la oralidad, el chisme, el rumor y la sátira, es decir todos aquellos aspectos de la cultura popular que han sido reprimidos durante estos años de revolución poco afecta a las libertades civiles y al adoctrinamiento a través del miedo.

El 17 de septiembre también se comprobó el paso a un lado que han dado los medios de comunicación tradicionales en lo que respecta a ser foros de debate para ventilar los malestares de la sociedad. La guerra contra los “poderes fácticos” terminó por bajarles el perfil a periódicos, radios y canales de televisión; disciplinarlos a punta de demandas, pedidos de rectificación y multas. En este contexto, la salida de circulación del diario Hoy poco tiempo antes puede considerarse como un síntoma del declive de los medios tradicionales. Los que en otros tiempos de inestabilidad –pensemos en los años de Bucaram o Gutierrez- fueron los catalizadores de las fuerzas de la sociedad, han sido reemplazados por individuos que se comunican de manera tangencial, intermitente y emocional en Twitter. Esto ya lo sabía el oficialismo y está claro que no le gusta, pues su modelo de propaganda está ante todo inspirado en la lógica vertical y monológica de la televisión. Sí, el aparato de propaganda del Gobierno usa las nuevas tecnologías de la comunicación con criterios retrógrados. ¿O que tiene de innovador que un político se caracterice por hablarle durante horas a un auditorio que no puede ni chistar, y que encima el evento sea transmitido por Internet?

En las fricciones políticas descritas se entrelazan visiones y afectividades que vienen de tiempos dispares. A propósito de estos encontronazos temporales vale citar al Presidente cuando menciona lo mucho que le disgusta el pasado.

Y es que el choque entre el pasado y el futuro es parte del discurso del Presidente, quien vía Twitter celebró que muchos jóvenes hayan preferido recluirse en el Campus Party, que arrancaba la misma tarde del 17 de septiembre.

Lo inquietante de estas afirmaciones es el modo en el que se mezclan categorías en el discurso presidencial, pues una cosa es usar el espacio público para manifestarse por razones políticas y otra, muy distinta, asistir a un evento organizado por una empresa privada que tiene una agenda centrada en los negocios antes que en los valores ciudadanos. El problema no es el Campus Party, un evento valioso a su manera, sino su equiparación con la función que deberían ocupar las tecnologías de la comunicación en una democracia. Resulta entonces que el progreso, es decir el avance al futuro, debe ir de la mano de los intereses corporativos, que a la final son los del gran capital y el neoliberalismo que supuestamente abomina el Presidente.

Por Christian Oquendo

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